El Maizal

vertebra-libro-de-horror-el maizal

El Maizal

En un lugar apartado de la civilización, 2 hermanas nacían en una casa de 2 pisos, rústica con muy poco mantenimiento. La mujer que vivía ahí, trabajaba para un circo cercano pero los últimos meses de su embarazo, los había pasado encerrada en su habitación. Una fuerte caída le había lastimado el vientre, y el doctor local le había dicho que debía guardar reposo ya que si se agitaba demasiado sus hijas podrían nacer con alguna deformidad.

Al tener a sus dos hijas en brazos, las miró a los ojos y vio algo en ellas que le provocó un rechazo inmediato, no las quería, comenzó a gritar de dolor mientras las empujaba lejos de ella. La partera que la atendía no entendía qué sucedía hasta que logró ver a ambas niñas a los ojos, tenían algo particular, no parecían ser normales.

– ¡Llévatelas! – Gritaba a la partera mientras rodaba lágrimas por sus ojos.
– ¿A dónde?
– Véndelas al circo más lejano que encuentres.

La partera las envolvió en cobijas, cubriéndoles la cara. Salió de la casa y emprendió camino, pero ella no las llevaría tan lejos, para eso deberían pagarle.

Decidió llevarlas a un maizal cercano, en donde se decía que las personas que se adentraban demasiado podían perderse o algo peor. Ese era su objetivo. Abandonarlas a su suerte, en espera de que algo se las llevara o las matase.

Las niñas no lloraban, estaban quietas dentro de las cobijas, ahí, metidas en ese maizal.

Un día, se escuchó a una camioneta estacionarse cerca del maizal. Al parecer una de las niñas estaba llorando, no habían comido ni bebido agua en semanas, pero ¿de qué vivían?

De la camioneta salió el doctor Struden, quien era reconocido por operar malformaciones. La mayor parte de las personas le tenían miedo, pero sin duda no era un secreto a voces que tenía mucho talento en su ramo. El llanto captó su atención y poco a poco se fue acercando hasta encontrar el lugar exacto donde se encontraban.

Al verlas le sorprendió que no eran ningunas niñas, eran dos jovencitas, una acostada de lado con los ojos perdidos y la otra sentada llorando como un bebé. Pudo apreciar que a ambas les faltaba 1 brazo y una pierna, por alguna razón no les habían crecido.

– Vaya, vaya, que regalo – Dijo el médico mientras se acercaba poco a poco a ellas.

 

Las veía con fascinación, pensaba en todo lo que podría hacer con ellas en su consultorio, darles una nueva vida. Dos jóvenes, casi idénticas, con pelo largo hasta la rodilla, pero ¿por qué estaban envueltas en una manta tan pequeña?

Había dudas sin resolver, pero Struden decidió ayudarlas a subir a su camioneta, las sentó en la parte trasera, como si fueran dos muñecas tamaño real. No hablaban, no sabían cómo, estaban muy debilitadas y deshidratadas.

– Este maizal es una joya de tesoros, pero ustedes dos son lo más interesante que he visto. – les expresaba el doctor, mientras las veía por el retrovisor. – Yo voy a ayudarlas para que logren ser la mejor versión de ustedes mismas.

Las hermanas no entendían, sólo jadeaban y tenían la mirada perdida mientras observaban a través de las ventanas.

El maizal no siempre era muerte, a veces tenía la capacidad de modificar a las personas que entraban en él, alimentarlas si era necesario para que sobrevivieran cuando se perdían, como lo había hecho con las hermanas, que como resultado había acelerado su proceso de crecimiento. Sin duda, el maizal decidía a quién ayudar y a quién no, en su mayoría las personas o animales se perdían en él y al final enloquecían, morían o llegaban a manos del doctor Struden.

Llegando a su consultorio, pidió a la enfermera que lo ayudaba, que las lavara, peinara y vistiera con algún camisón. Un día de descanso les fue dado, antes de la gran hazaña. Comida y agua, 8 horas de sueño.

Era sábado por la mañana y estaban mucho mejor, al menos ya comprendían lo que se les explicaba. Struden pudo darse cuenta que movían torpemente sus extremidades pero que poco a poco tomaban confianza. Sus ojos eran completamente negros, y si los veías con insistencia un tremendo desasosiego llenaba a los presentes. El doctor y la enfermera se ponían lentes especiales para evitar verlas directamente, eran un invento que él había creado para poder apreciar los eclipses solares.

– ¿Cómo es que llegaron a ese lugar?
– No tengo idea doctor, pero son muy extrañas, quizá deberíamos dejarlas ir.
– No, definitivamente no, debo ayudarlas. Recuerda que a cada una le faltan dos extremidades, ¿cómo van a vivir así?
– Si, pero no considero prudente operarlas sin su consentimiento.
– Jajajaja calma Dorothy, esto se resuelve en unas horas y ellas quedarán fascinadas.

La enfermera Dorothy les colocó anestesia, ambas empezaron a cerrar los ojos lentamente hasta que se quedaron dormidas. Struden empezó con su magia, su idea era unirlas de los hombros y de la cadera, como si fueran siamesas, de ese modo quedarían formando un solo cuerpo y tendrían mucha mayor movilidad. Poco a poco fue uniendo partes de la piel. La emoción producida por esta hazaña era demasiado grande. Sería una creación nunca antes vista, que aterrorizaría a todos los poblados cercanos.

La operación había terminado, poca sangre perdida y solo faltaba dejarlas sanar y adaptarse a su nueva forma. Fueron llevadas a una habitación privada, arropadas con una manta y almohadones suaves. Dos días después despertaron, ambas veían al techo, después al sentir poca movilidad individual, voltearon a verse una a la otra. No comprendían lo que sucedía, pero ambas dejaron ver una sonrisa leve en sus labios.

Se incorporaron en la cama, les costó un poco al inicio, pero es como si ellas supieran que este iba a ser su destino. ¿Por eso las habría echado su madre de la casa? ¿sabían que iban a convertirse en monstruos?

– Queridas mías, buenos días, se ven radiantes. Sus heridas han cerrado muy rápido, veo que tienen la capacidad de regenerarse rápidamente. Ese maizal las debe haber ayudado de muchas maneras. – Comentaba el doctor con bastante júbilo.

Las jóvenes hermanas solo asintieron con una sonrisa, ¿habían entendido? seguramente no del todo, pero estaban más felices que cuando tenían cuerpos separados.

– Voy a enseñarles a caminar y podrán volver a su maizal, si es que eso es lo que quieren. Dorothy, ayúdame a llevarlas al patio trasero.
– Si doctor. – respondió Dorothy mientras las miraba con desdén.

Llegaron al patio, se acomodaron en cuclillas por unos minutos y de pronto sus manos ya estaban en el piso. Empezaron a hacer movimientos extraños, ambas estaban coordinando los 4 miembros que las mantenían en pie. Un gato pasó a un lado de ellas, al voltear a verlo copiaron el movimiento que éste hacía para caminar, no costó mucho trabajo, empezaron a caminar a 4 patas.

– Esta es una de mis mejores creaciones Dorothy, puedes ver su cara de felicidad. Puedes adaptarles un lugar en el cobertizo para que puedan llegar a dormir si así lo desean.
– Doctor, esto es una aberración, ¿qué comerán?
– Eso lo decidirán ellas mi querida ayudante, tu y yo sólo les hemos dado las alas para volar.

Las hermanas, empezaron a moverse más rápido, hasta que se adaptaron de tal manera que ya no solo caminaban, sino que lograban agilizar el paso mientras sus dos cabezas compaginaban con el movimiento. El pelo les arrastraba hasta el suelo, parecían un animal con melena larga color anaranjado. Eran felices con su nuevo aspecto, disfrutaban esa libertad que la movilidad les daba.

El maizal era su lugar favorito, todos los días se adentraban en él, gritos de horror y de sufrimiento no se hacían esperar. Eran como el animal guardián del sitio, se alimentaban de todo aquello que entraba en ese lugar. Pero a todo esto ¿qué ganaba el renombrado Doctor Struden?

Desde hacía bastante tiempo, él quería ese maizal para hacer estudios y experimentos, pero no sabía cómo mantener alejadas a las personas y animales que entraban en él; a través de las hermanas había logrado su cometido. Gracias a que ellas se comían todo lo que encontraban, el doctor podría adentrarse en este lugar, en lo más profundo, conocer cada espacio, estudiarlo.

Aquel maizal, parecía ser algo más que eso, Struden lo había diseñado como una copia de su propia mente, o al menos de las partes que conocía. De algún modo, cada nueva conexión neuronal que se formaba en su cerebro, era replicada en ese maizal.

 

Al inicio le había parecido una gran idea, pero con el paso del tiempo él había perdido el control de ese lugar y desconocía casi por completo lo que pasaba en él, sobre todo cuando había intrusiones de otros seres. Pareciera como si el maizal absorbiera un poco de todos ellos y lo mezclara con su propia programación.

Struden, estaba listo para explorar el lugar, ¿quizá para curar su locura? No, él ya tenía planes macabros para todas aquellas personas que se acercaran al maizal.

* Imágenes relaizadas en MidJourney

One thought on “El Maizal

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *